TODAVÍA QUEDAN BUENAS PERSONAS
Un domingo cualquiera, alguien se levantó a las 6:30 para ir a la montaña: se vistió, desayunó, salió de su casa y, mientras se dirigía al sitio donde había quedado con sus amigos, se encontró un pequeño monedero en un portal. Había muchas monedas esparcidas por el suelo. Las recogió y las metió dentro de la pequeña bolsa. Miró dentro del mismo y, entre algunos billetes, sobresalía un carnet de identidad. Lo cogió para saber el nombre del propietario, después lo volvió a meter y cerró la cremallera. Durante todo el día estuvo pensando en lo que debía de hacer. Durante todo el día estuvo luchando consigo mismo. Por la tarde, estaba agotado. Llegó a su casa, dejó todos los bártulos y salió a la calle: llegó a un bloque de pisos, tocó un timbre, se puso una mujer, bajó un hombre, le extendió el carnet, el chico sopló, después le entregó el monedero, le dio la mano y se fue. Mientras se alejaba, el chico musitó: «Todavía quedan buenas personas». El montañero contestó: «Soy Cristiano».
Venancio Rodríguez Sanz